Después de salir de una relación tóxica de más de 10 años, me encontraba en un estado de shock. No podía dormir, no quería comer. Pasaba las noches leyendo libros completos, pero no lograba dormir más de una hora. Así fue durante seis meses.
Una noche, aburrida y sin saber qué hacer para dormir, instalé Tinder. Solo quería distraerme y hablar con alguien, simplemente para hablar (lo juro). Entonces apareció “Pepito”. No mostraba su rostro, pero me llamó la atención que compartíamos gustos musicales; le gustaba The Strokes. Hicimos match. Al principio, era muy odioso, y eso me generó confianza, ya que, por lo general, los hombres en esas plataformas suelen ser demasiado cariñosos para obtener lo que quieren. Le dejé claro que solo quería conversar, y le pregunté por sus intenciones. Me explicó que tampoco estaba interesado en “eso”.
Tuvimos nuestra primera cita. Él se veía muy tímido e inseguro, lo cual me generó aún más confianza porque pensé que una persona así teme que le hagan daño. Después de dos citas más, me invitó a cenar y me regaló un collar que, según él, era muy valioso porque simbolizaba el amor de dos personas que habían fallecido. A mí me pareció raro; incluso recuerdo que, cuando me lo puso, sentí algo muy fuerte, como si quisiera quitármelo, pero no lo hice por miedo a que se sintiera rechazado.
En nuestra tercera cita, me recogió en su “camioneta” Toyota. Esas cosas no me impresionan porque lo que yo busco en una relación es respeto y valoración. Me sacó de Bogotá y me llevó a un pueblo lejano. En un lugar oscuro, bajo la luz de la luna y las estrellas, me pidió que fuera su novia. Sentí miedo, pensé que tal vez quería hacerme algo, pero no pasó nada, y lo interpreté como un momento romántico.
En la cuarta cita, me llevó a su casa para conocer a sus padres. Él era hijo único, y noté lo consentido que era por su madre. A veces hablaba como un bebé y mostraba comportamientos infantiles, pero como me trataba bien, no le di importancia.
Con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar. Me di cuenta de que me llenaba de regalos y siempre quería que fuera a su casa, pero cuando le pedía que compartiera con mi familia o que me acompañara a hacer cosas, siempre tenía excusas. Esto comenzó a molestarme, y noté que no era amor lo que sentía por mí. Eso me hizo retraerme y recordar mi relación pasada.
Su comportamiento empezó a ser más extraño. Si me notaba triste o callada, me alzaba la voz y me decía que yo no estaba feliz con él. Le expliqué muchas veces que estaba emocionalmente agotada y que los regalos no eran lo que necesitaba, sino su presencia cuando realmente me hacía falta. Sin embargo, cada vez que expresaba mis pensamientos, me miraba como si fuera una tonta. Si me callaba, se enojaba conmigo, y si no le respondía rápido por WhatsApp, también se molestaba. Muchas veces yo estaba tan triste que no podía contestarle.
Cuando finalmente reaccionaba y le hablaba en serio o enojada, entonces él se volvía tierno, intentaba solucionar todo y me decía que me amaba. Pero todo estalló cuando mi gato murió. Le pedí que me acompañara a enterrarlo, pero como siempre, sacó excusas. Le dije que lo resolvería sola, y se enojó. Me pidió que hiciéramos una videollamada, reclamándome con un tono muy agresivo que qué era lo que me pasaba. Yo le respondí que estaba muy triste por mi gato, ¿cómo no iba a estarlo? Le terminé.
Un tiempo después lo llamé porque tenía mi computador; lo estaba arreglando. Pasaron dos meses hasta que recordé que debía recuperarlo, ya que había estado muy deprimida para pensar en eso. Cuando me contestó, estaba muy enojado porque no podía creer que lo llamara solo por eso. Me dijo que no lo buscara más. Le expliqué que solo quería mi computador, y como me trató mal, le dije que se lo quedara y le colgué. Entonces empezó a llamarme para hablarme tierno y decirme que me amaba, pero cuando mi tono se suavizaba, nuevamente alzaba la voz e intentaba hacerme sentir mal por pedirle mi computador y no intentar arreglar las cosas.
Era increíble cómo podía pasar de ser tan tierno y amoroso a convertirse en alguien agresivo y caprichoso. Al final, después de una relación tan pesada, no iba a permitir que alguien me manipulara otra vez.